Cuando escucho los difusos reclamos de un octogenario, enrabiado con el destino por llevarle a su actual sitio, es un ejemplo perfecto de porque debemos rendirnos a ser quien mejor podemos ser, a disfrutar cada instante a nuestra manera, y que cuando llegue el día sepamos que no reclamaremos al destino por dejarnos ser quienes somos, si no que sonreiremos a todo lo que con amor hemos construido y ahí sera la vida eterna