Cayendo un día de estos me encontré un camino. Nunca me imagine que luz podría nacer del fango, pero no precisaba de las botas que tenía puestas. Rompiendo toda gravedad que me ataba al maldito claustro, tome pala y picota, entonces avancé entre un tumulto de gente muerta: los instantes, los silencios, los malentendidos, los gritos, las promesas, las ilusiones, las recreaciones, los sacrificios, los desayunos apurados, los papelillos y las boquillas, mis pies entumecidos, los infantes en mis días de practica, mis sueños, aquellos sentimientos que sentí,sus ojos como diciéndome que ya no hay más, hasta unas pocas lagrimas.
Sé lo difícil que ha sido.
Lo sé mejor que nadie.
Pero ya no tengo miedo.