La vi esperando el autobús. Yo caminaba más o menos en linea recta.
Le pregunte si sabía donde iba, y ella lo hacía perfectamente. Pero no yo.
Sugerí acompañarla en su trayecto, asumiendo que me había perdido en los últimos minutos a su lado, y ella acepto.
Cedió entonces su nombre al unisono de mi encendedor. Entonces yo le di el mío mientras apretaba la garganta.
Esperamos minutos, esperamos casi dos horas. Y llegó el autobús.
Nada pude hacer cuando las luces interiores revelabon los secretos que intenté - sin mucho éxito- guardar.
Llegamos a un lugar común, se despidió de mi y me dijo que la contactara.
Faltaban unos cuantos números en la manchada servilleta que me obsequio.
Creo que fue así como me conquistó.