Llegar al café, apoderarse de un cómodo sillón de aparente cuero, y dejar que se mantenga el dolor bajo mi ombligo... aquel dolor que no es dolor si no incomodidad, una sensación de desgano, de pena, sufrimiento puro. Tan melancólico te pones que empiezas a recordar etapas, como hace hasta hace 2 horas por ejemplo, en donde todo olía a sueño y abrazo, sin embargo ahora mismo huele a incertidumbre, incertidumbre pura.
Cuando todo el alrededor se vuelve hipócrita: el guardia que me pide utilice mi teléfono celular fuera del recinto (ya que interrumpo la conversación del resto que esta hablando?), la chica que se sienta al frente sonríe tras quebrar una taza (solo para disimular la preocupación por un posible cobro), y me quedo mudo a algo que me hiere más profundo que la cresta; cuando pienso que poco todo el castillo (de arena) se desarma, que llego la ola y revienta en mis sienes ... hay Cristo cuanto me duele aceptar las cosas.
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