lunes, 15 de octubre de 2018

Erizo

Tengo más pena que la cresta.
Y es que la confianza parece ya no estar.
Las palabras crecen, maduran y se incertan en mi rasgada piel, con eso al tiempo me recuerdas que se romperá. 

Te quiero más que la cresta.
Nuestra cotidianidad fantastica nos ha privilegiado con sushi y pasteles franceses, hamburguesas y buenas cervezas.
Me cuesta tanto por tanto entender la rubrica predestinada que el miedo nos tenía preparada.
Cuanto nos hemos lastimado. Cuanto te he dañado sin quererlo. Cuanto en mi pecho ello ha generado.

El peso baja mi nuca al piso. Los parpados hinchados me recuerdan que estuviste llorando mientras no podía observarte. Que no dejas de pensar en lo hiriente que soy cuando, ofuscado, pierdo la paciencia.

Me pregunto si eso es bueno. Y si debería tomar tus consejos en serio, cuando me invitas al exodo donde no te tengo, y pierdo la maravillosa oportunidad de verte durmiendo esquivando al sol que está quemando a todos afuera.

Confieso que tu olor se me escapa en las múltiples estancias que han hecho de mi hogar, que durante meses se ha constituido de ti y tu anemia que me obliga a abrazarte, mirandote respirar del aire que compartimos bajo techos desconocidos, cuando me ayudas a sobrevivir a esta ciudad que me está comiendo a pedazos.

Las irremediables consecuencias de mis propias elecciones me tienen tumbado sin saber que escribirte, antes que te desaparezcas por completo en alguna de tus innumerables huidas, pensando que te seguiré queriendo acostada a un costado de esa estrecha cama que compartimos, y que se transforma en la metáfora perfecta de la incomodidad que siento te hago pasar, que no es mía y no puedo evitar por el inconsciente uso del cuerpo mientras duermo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario