miércoles, 12 de agosto de 2015

Escape

Las calles santiaguinas hoy más colapsadas que nunca cuestionaban la forma de caminar de cada una de las personas que transitaban por sus calles. El susurro folclórico a esta altura del año, era vaciado en los andenes del metro completando el insoportable cuadro que hay que soportar todos los días. Y el mayor problema es que ya eran las ocho.
 Eran las ocho y no existía un rincón de silencio, No existía un sucio lugar desde donde contemplar el panorama en silencia. Entonces me puse los audífonos, y camine sin disponer de una sola puta canción del mp3, solo para lograr intervenir el paso de estos quejumbrosos estruendos cotidianos en nis maltratados oídos.
Salí de la estación y camine mientras veía los fatigados conductores parafrasear insultos a los semáforos en providencia. Se mantenían quietos humeando petroleo en sus camionetas chinas compradas en 73 cuotas. Me adentre en un parque, y gracias al inteligente uso de los audífonos obtuve silencio, preciado elixir de los imprudentes pensamientos me di cuenta al rato, cuando tuve que salir corriendo hasta el paradero al recordar una y otra vez el calendario, mirar mis resquebrajadas manos un gélido día después de la lluvia, y sentir la terrible angustia en el pecho al recordarte.   

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