Me encontraba ahí, sentado con unos amigos, en la plaza que queda enfrente de la iglesia de vera cruz.
Entonces, a través e el espeso humo de cigarro que emitía la boca de Juan, lo vi.
Iba de lo más tranquilo, con un smokin negro, un bastón de madera y el pelo tomado. Su barba era blanca y larga como nos prometieron, aunque con los bigotes manchados producto de la nicotina.
Era él, el viejo pascuero, que andaba deambulando de lo más tranquilo por el barrio lastarria.
Fueron solo segundos antes que el espeso humo de cigarro me arrebatara de golpe esa gran verdad: “el viejo pascuero sí existe”.
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